Bienvenida y presentación
Bienvenidos a este blog que hermana España con Argentina, Argentina con España!!! Quien les escribe es una persona que pasó veintipico de años en la misma ciudad donde nació: Buenos Aires. Hasta que un día se mudó a Madrid. La cosa fue así:
Cuando acabé el colegio secundario era justo el año 2000. Diciembre del año 2000. Eso significa que podía echarme a tomar el sol durante enero y febrero (entre otras cosas porque ese verano ni ninguno tuve materias que rendir en marzo) pero que luego, pasado el calor, debía salir a trabajar. Ya tenía 18 años recién cumplidos, muchas ganas de independizarme y mucha voluntad por insertarme en el mundo laboral, del que de cualquier forma ya había participado desde los 17 con una u otra changa.
Pero resulta que era pleno año 2001 en Argentina y me encontré frente a un país en vías de destrucción. Salir a buscar trabajo ese año fue pavoroso. Una experiencia realmente traumática que jamás olvidaré. Entre otras cosas, porque todo estaba muy feo: las calles y los colectivos estaban muy feos, la gente estaba muy fea; las cacerolas, muy abolladas. Por lo pronto, hice lo mejor que pude: convertirme en estudiante de la UBA (Universidad de Buenos Aires), cosa de la que siempre estuve orgullosa y jamás me arrepentí ni en mis peores momentos de enemistad con la carrera de Letras, ese grano en el culo que puede reventarse o curarse. Pero ese es otro capítulo de mi vida que no cabe en este blog. El tema fue que comencé a trabajar en una oficina, y luego de camarera, y sí, la verdad es que a pesar de todo no me faltó el trabajo (eso sí, me pagaron en patacones).
Pero la gente se iba de mi país. Se iban a vivir a Europa, donde se gozaba de un perfecto estado de bienestar. Entre los que se fueron cuento a mi tía E., que se instaló en una de las Islas Canarias a limpiar mierda del culo de una vieja. Su viaje me tocó muy de cerca. Yo soñaba con irme, con ella (porque era una excusa perfecta el hecho de acompañarla) o sin ella. Mi sueño había comenzado en la fealdad que me rodeaba. En ese invierno del 2001. En los titulares del diario. En el estado de sitio. O tal vez cuando nací. No me importaba que a mí me fuera bien, que yo tuviera trabajo y mis estudios. Después de todo, yo siempre quise estar donde nunca estuve.
Pero el caso es que yo no me fui y mi tía volvió con menos plata que antes. Lo bello de su estadía afuera fue que me dejó a mí vivir en su dpto del barrio de Belgrano durante su ausencia. La pasé muy bien. Yo era muy joven y muy guapa. Conseguía trabajo y lo que quería. Se me compensaba el horror de Buenos Aires con el modo en que a mí me fluían las cosas.
Mi madre, que en paz descanse, se preocupó por mí y por todas (tengo hermanas). Insistió y tramitó para que consiguiéramos la ciudadanía española a la que podíamos aspirar por la rama de mi padre: mi abuelo paterno había nacido en Málaga.
Con ayuda de una amiga de mi madre, E., cuyo hermano vive en Andalucía, conseguimos un papel (¿una partida de nacimiento?) que nos hizo llegar por correo ordinario y nos facilitó todos los trámites en el Consulado Español de la calle Guido, en el elegante barrio de Recoleta de la Ciudad de Buenos Aires, ahí, donde las señoras igual salían con cacerolas a protestar si era necesario (mmm, qué raro, qué mal clima, ¿qué estaba pasando?).
No fue difícil al fin: nos dieron la ciudadanía española y entonces lo vi fácil: cogería un avión algún día y me iría a vivir a España con papeles. Sin más.
Pero mi mudanza, siempre presente en mi cabeza casi más como una cuestión automática que práctica o emocional, se fue demorando porque quedé atrapada en la UBA. Sí, era la UBA lo que me retenía. Es cierto que además tuve trabajos estables (algunos me gustaron más, otros menos), pero todos me parecieron renunciables. En cambio, yo quería mi título universitario, y no por el papel en sí ni el nombre, lo deseaba de verdad. Deseé mi profesión con mucha pasión, deseé ser editora con todas las tripas puestas en esa parrilla, y lo logré no muy joven: ya tenía 27 ó 28 años. Sucede que me demoré en otras ocupaciones: estudiando Letras en la misma facultad, estudiando Guión de cine, estudiando Corrección de Estilo (las dos últimas en escuelas privadas), y también en un año sabático en el que me dediqué a divertirme, a trasnochar, a probar cosas (año al que no dudo ni un segundo en contarlo también como un intenso año de aprendizaje).
Total, que para cuando ya tenía todo en orden y en su sitio en Buenos Aires, y varios dólares ahorrados gracias a que mi último trabajo de editora me permitía comprar algo por mes (a pesar de pagar el alquiler de mi monoambiente, la comida, y los gastos), yo armé la mochila, tiré o regalé todas, absolutamente todas mis cosas excepto mis libros, y dejé mi país. No me fijé en el calendario qué año era ni en el diario cómo estaban las cosas en España. El caso fue que llegué en plena crisis del estado de bienestar. Pues nada, mi destino eran las crisis, qué le iba yo a hacer.
No me instalé inmediatamente en Madrid porque antes quería conocer algunos lugares como París o la India (estuve viajando y con idas y vueltas más de un año), pero el caso es que sí, finalmente llegué a Madrid a vivir. Eso fue en Semana Santa del año 2013.
España en Semana Santa merece otro capítulo aparte. No voy a contar lo que vi en Sol la tarde del sábado santo.
Y aquí estoy. Probablemente, y como siempre, en el lugar donde no quiero estar precisamente porque es en el que estoy. He tenido tardes tristes en las que comprendí que mi problema es que no quiero estar estando, quiero estar yendo.
Pero el caso es que aquí vivo, en un país en crisis. En una ciudad en la que brilla el sol casi todos los días. Y casi todos esos días yo pienso. Pienso que hay tantas cosas por decir que relacionan a España con Argentina... que somos tan diferentes y tan iguales... que el lenguaje, la gastronomía, los precios, la política. Tantas, tantas cosas, que las quiero escribir.
Para eso este blog. Para que argentinos y españoles se enteren de curiosidades que nos acercan y nos separan, que nos hacen ser lo que somos.
Cuando acabé el colegio secundario era justo el año 2000. Diciembre del año 2000. Eso significa que podía echarme a tomar el sol durante enero y febrero (entre otras cosas porque ese verano ni ninguno tuve materias que rendir en marzo) pero que luego, pasado el calor, debía salir a trabajar. Ya tenía 18 años recién cumplidos, muchas ganas de independizarme y mucha voluntad por insertarme en el mundo laboral, del que de cualquier forma ya había participado desde los 17 con una u otra changa.
Pero resulta que era pleno año 2001 en Argentina y me encontré frente a un país en vías de destrucción. Salir a buscar trabajo ese año fue pavoroso. Una experiencia realmente traumática que jamás olvidaré. Entre otras cosas, porque todo estaba muy feo: las calles y los colectivos estaban muy feos, la gente estaba muy fea; las cacerolas, muy abolladas. Por lo pronto, hice lo mejor que pude: convertirme en estudiante de la UBA (Universidad de Buenos Aires), cosa de la que siempre estuve orgullosa y jamás me arrepentí ni en mis peores momentos de enemistad con la carrera de Letras, ese grano en el culo que puede reventarse o curarse. Pero ese es otro capítulo de mi vida que no cabe en este blog. El tema fue que comencé a trabajar en una oficina, y luego de camarera, y sí, la verdad es que a pesar de todo no me faltó el trabajo (eso sí, me pagaron en patacones).
Pero la gente se iba de mi país. Se iban a vivir a Europa, donde se gozaba de un perfecto estado de bienestar. Entre los que se fueron cuento a mi tía E., que se instaló en una de las Islas Canarias a limpiar mierda del culo de una vieja. Su viaje me tocó muy de cerca. Yo soñaba con irme, con ella (porque era una excusa perfecta el hecho de acompañarla) o sin ella. Mi sueño había comenzado en la fealdad que me rodeaba. En ese invierno del 2001. En los titulares del diario. En el estado de sitio. O tal vez cuando nací. No me importaba que a mí me fuera bien, que yo tuviera trabajo y mis estudios. Después de todo, yo siempre quise estar donde nunca estuve.
Pero el caso es que yo no me fui y mi tía volvió con menos plata que antes. Lo bello de su estadía afuera fue que me dejó a mí vivir en su dpto del barrio de Belgrano durante su ausencia. La pasé muy bien. Yo era muy joven y muy guapa. Conseguía trabajo y lo que quería. Se me compensaba el horror de Buenos Aires con el modo en que a mí me fluían las cosas.
Mi madre, que en paz descanse, se preocupó por mí y por todas (tengo hermanas). Insistió y tramitó para que consiguiéramos la ciudadanía española a la que podíamos aspirar por la rama de mi padre: mi abuelo paterno había nacido en Málaga.
Con ayuda de una amiga de mi madre, E., cuyo hermano vive en Andalucía, conseguimos un papel (¿una partida de nacimiento?) que nos hizo llegar por correo ordinario y nos facilitó todos los trámites en el Consulado Español de la calle Guido, en el elegante barrio de Recoleta de la Ciudad de Buenos Aires, ahí, donde las señoras igual salían con cacerolas a protestar si era necesario (mmm, qué raro, qué mal clima, ¿qué estaba pasando?).
No fue difícil al fin: nos dieron la ciudadanía española y entonces lo vi fácil: cogería un avión algún día y me iría a vivir a España con papeles. Sin más.
Pero mi mudanza, siempre presente en mi cabeza casi más como una cuestión automática que práctica o emocional, se fue demorando porque quedé atrapada en la UBA. Sí, era la UBA lo que me retenía. Es cierto que además tuve trabajos estables (algunos me gustaron más, otros menos), pero todos me parecieron renunciables. En cambio, yo quería mi título universitario, y no por el papel en sí ni el nombre, lo deseaba de verdad. Deseé mi profesión con mucha pasión, deseé ser editora con todas las tripas puestas en esa parrilla, y lo logré no muy joven: ya tenía 27 ó 28 años. Sucede que me demoré en otras ocupaciones: estudiando Letras en la misma facultad, estudiando Guión de cine, estudiando Corrección de Estilo (las dos últimas en escuelas privadas), y también en un año sabático en el que me dediqué a divertirme, a trasnochar, a probar cosas (año al que no dudo ni un segundo en contarlo también como un intenso año de aprendizaje).
Total, que para cuando ya tenía todo en orden y en su sitio en Buenos Aires, y varios dólares ahorrados gracias a que mi último trabajo de editora me permitía comprar algo por mes (a pesar de pagar el alquiler de mi monoambiente, la comida, y los gastos), yo armé la mochila, tiré o regalé todas, absolutamente todas mis cosas excepto mis libros, y dejé mi país. No me fijé en el calendario qué año era ni en el diario cómo estaban las cosas en España. El caso fue que llegué en plena crisis del estado de bienestar. Pues nada, mi destino eran las crisis, qué le iba yo a hacer.
No me instalé inmediatamente en Madrid porque antes quería conocer algunos lugares como París o la India (estuve viajando y con idas y vueltas más de un año), pero el caso es que sí, finalmente llegué a Madrid a vivir. Eso fue en Semana Santa del año 2013.
España en Semana Santa merece otro capítulo aparte. No voy a contar lo que vi en Sol la tarde del sábado santo.
Y aquí estoy. Probablemente, y como siempre, en el lugar donde no quiero estar precisamente porque es en el que estoy. He tenido tardes tristes en las que comprendí que mi problema es que no quiero estar estando, quiero estar yendo.
Pero el caso es que aquí vivo, en un país en crisis. En una ciudad en la que brilla el sol casi todos los días. Y casi todos esos días yo pienso. Pienso que hay tantas cosas por decir que relacionan a España con Argentina... que somos tan diferentes y tan iguales... que el lenguaje, la gastronomía, los precios, la política. Tantas, tantas cosas, que las quiero escribir.
Para eso este blog. Para que argentinos y españoles se enteren de curiosidades que nos acercan y nos separan, que nos hacen ser lo que somos.
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