En el Café de la ciudá escogida



Cada ciudad tiene un café, hay que buscar el café de la ciudad escogida. Los cafés que con sus fachadas cuentan parte de la historia, la vieja, la oral, la escrita. No pertenece uno a una ciudad si no sabe refugiarse en uno de estos cafés, como amparo, como cama de hospital nunca vacía.
Cuando llueve, ahora, que hace frío, cuando pienso, ahora, en las aceras (muchas rotas), pienso en intentar no dar siempre pasos perdidos. Cuando busco, ahora, esa cobija. Pienso, ahora, en muchos cafés. Pienso mucho en Buenos Aires. Y pienso, Madrid, siempre te pienso, tratando de encontrarte dentro de un bar de mesas de mármol o columnas frías que me devuelva a mí una imagen de mí misma, allá en Buenos Aires, pero aquí en Madrid, pensando entonces que no se piensa a una ciudad sin su café, sin su andamiaje.
En Buenos Aires, en invierno sobre todo, como aquí ahora en noviembre, me recuerdo siempre sola en la Avenida Corrientes, siempre sola, en San Telmo, buscando ese café como El gato negro, buscando ese café como La poesía en esa esquina, encontrando ese café que era el Británico o cruzando la pequeña y mínima calle de adoquines, todavía adoquines, para entrar a su enfrente Hipopótamo, otra ochava argentina. Siempre oliendo a café que huele siempre a dar esos pasos perdidos.
Aquí en Madrid di vueltas hasta encontrar el viejo café, el precario refugio que mienta, que ofrezca una andamiada. Vueltas literales, vueltas a la glorieta. La glorieta y su fuente y sus luces, la gran glorieta de Bilbao.
Allí, en ese círculo nunca cerrado encontré el Café Comercial, mi refugio madrileño, el más viejo café, el más argentino.
Se parece un poco a Las violetas pero en verdad no es argentino.
En el Café Comercial de la glorieta de Bilbao, en su planta primera, suceden cosas argentinas: tango, psicoanálisis, fútbol, camisetas celestes y blancas en una final con Alemania, y todos gritos porteños y mozos de moño, bandejas metálicas y arcadas (tal vez asco) de triunfos. Espejos, columnas, arañas, espuma blanca de leche tibia, café, por supuesto café, en este café de un fin de siglo.
Insisto, tiene algo argentino, es un misterio, no es su dueño ni su origen. Es su gente y sus propuestas, sus actividades complejas o sencillas. El fondo o el ras, la borra o la espuma.
Hoy escuché en el Café Comercial unas frases que me dijeron hace tiempo y no oía. Fui sola, estuve sola, nadie hablaba, y sin embargo yo entendí por primera vez lo que siempre me habían hablado y dicho. Era más simple, estaba ahí en el café, no era una palabra perdida.
En Madrid, en invierno sobre todo, como allí entonces en julio, me recuerdo siempre sola en la glorieta, siempre sola, en un círculo, buscando ese café que me diga lo que ya se me ha dicho y bebido.

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