Pongamos que no hablo de Madrid
Veo que te vas adentrando en la nieve, el invierno es cosa de cada año. Qué constancia, qué reglamentos, como si para todo tuvieras tal respeto, tal disciplina, tal elemento.
Luego te vas y luego me miras, ¿cómo haces para ver cuando ya te has ido? Parece que en tus actos nada tuviera presencia; la huida en tu partida se llama ausencia, ausencia. Qué grandeza, hija de nadie, huérfana de cada esquina, y tu vida, esa que tuviste es una ráfaga de tiempo que no existe y corre. Y corre el agua bendita del mísero y sepulcral cuerpo por tu entierro, tu entierro, tan patético y desprevenido. La tierra que no piso y habito, las hojas de raíces de ferias, qué mísera cadencia, tu hora de siesta la versa, y es aire y es mitología la historia que cuenta tu niña, tu pequeña tan fría, la hija de nadie a escondidas.
Ni disimulos siquiera: cuando no hay quien quiera no hay vuelta.
La inicial de tu nombre es la M, no hablo de ti, estúpida madre, hablo del nombre que teme. M. Eres la madre del inicio de tu nombre en la letra. Estúpida tierra, y la niebla.
Dije nieve. En el invierno de cada año, como una madre muerta cuando se festeja y se entrega con su ausencia, ausencia. Qué sencillo, qué reglamentos, como si para todo sentimiento existiera tal disciplina. Las palabras que nunca dominan.
No existe una historia si no cita tu lenguaje. No revuelvas mucho el barro, puede que un día la necesites, que la tierra tenga que ser tu anclaje. Qué encaje, hay parcelas que nacieron con forma de madera y tapa. No la abras, no te descubras, eres la tierra madre, la M mayúscula. Estúpida muerta, patética apuesta por ser M también la inicial de tu palabra, de tu muerte
madre
madera
muecas.
La nieve, la nieve.
Luego te vas y luego me miras, ¿cómo haces para ver cuando ya te has ido? Parece que en tus actos nada tuviera presencia; la huida en tu partida se llama ausencia, ausencia. Qué grandeza, hija de nadie, huérfana de cada esquina, y tu vida, esa que tuviste es una ráfaga de tiempo que no existe y corre. Y corre el agua bendita del mísero y sepulcral cuerpo por tu entierro, tu entierro, tan patético y desprevenido. La tierra que no piso y habito, las hojas de raíces de ferias, qué mísera cadencia, tu hora de siesta la versa, y es aire y es mitología la historia que cuenta tu niña, tu pequeña tan fría, la hija de nadie a escondidas.
Ni disimulos siquiera: cuando no hay quien quiera no hay vuelta.
La inicial de tu nombre es la M, no hablo de ti, estúpida madre, hablo del nombre que teme. M. Eres la madre del inicio de tu nombre en la letra. Estúpida tierra, y la niebla.
Dije nieve. En el invierno de cada año, como una madre muerta cuando se festeja y se entrega con su ausencia, ausencia. Qué sencillo, qué reglamentos, como si para todo sentimiento existiera tal disciplina. Las palabras que nunca dominan.
No existe una historia si no cita tu lenguaje. No revuelvas mucho el barro, puede que un día la necesites, que la tierra tenga que ser tu anclaje. Qué encaje, hay parcelas que nacieron con forma de madera y tapa. No la abras, no te descubras, eres la tierra madre, la M mayúscula. Estúpida muerta, patética apuesta por ser M también la inicial de tu palabra, de tu muerte
madre
madera
muecas.
La nieve, la nieve.
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